Cuando buscaba un maestro, llevaba una estantería y arrastraba mis zapatos mientras caminaba por las profundas montañas y los viejos valles. Era un invierno severo, el viento era helado, la nieve tenía varios metros de espesor y la escarcha me agrietaba los pies y la piel. Cuando llegué a la escuela, mis extremidades estaban congeladas y no podía moverme. El sirviente me sirvió agua caliente y me cubrió con una colcha. Tardó mucho en calentarse. Quedarse en casa del dueño del hotel, comer dos comidas al día, sin disfrutar de alimentos frescos, regordetes y deliciosos. Los eruditos en las casas de mis compañeros de clase estaban todos bien vestidos, llevaban sombreros decorados con perlas y tesoros, y anillos de jade blanco colgando de sus cinturas. Tenían cuchillos a la izquierda y bolsitas a la derecha, que eran tan brillantes como dioses. Estaba entre ellos con una bata raída y no estaba celoso. Debido a que hay suficientes cosas en mi corazón para hacerme feliz, no siento que el disfrute de la comida y la ropa no sea tan bueno como el de otros. Este es mi arduo trabajo y mis dificultades.
¡Pai Dongyangma tradujo menos de 20 líneas! ¡Pregunta por superiores!
Me encantaba aprender cuando era joven. Porque mi familia es pobre y no puede permitirse comprar libros para leer. A menudo tomo prestados libros de bibliófilos, los copio yo mismo y los devuelvo en una fecha acordada. Cuando hace mucho frío, el agua de la piedra de entintar se congela hasta convertirse en hielo duro y los dedos no pueden doblarse ni estirarse, pero aun así no se aflojan. Después de copiarlo, devuélvalo a otros lo antes posible y no se atreva a exceder el plazo acordado. Entonces la mayoría de la gente está dispuesta a prestarme libros, para que pueda leer muchos libros. Cuando llego a la edad adulta, admiro cada vez más las teorías de los sabios y las sabias, y me preocupa no poder hacer maestros expertos y amigos famosos. Tomé las Escrituras en mi mano y corrí cientos de millas para buscar consejo de mis compañeros del pueblo. Sus predecesores eran muy morales y famosos, y los alumnos de su maestría llenaban su habitación. Sus palabras y actitud nunca fueron discretas. Me paré a su lado, haciendo preguntas, razonando e inclinando la cabeza para pedirle consejo; a veces, cuando me regañaban, mi expresión se hacía más respetuosa, mi comportamiento se hacía más pensativo y no me atrevía a responder una palabra; Le volvería a preguntar cuando estuviera feliz. Entonces, aunque fui estúpido, al final aprendí muchas lecciones.