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Si me das tres días de luz (Helen Keller)

Todos hemos leído algunas historias trepidantes en las que el protagonista sólo tiene un tiempo limitado y concreto para vivir. A veces hasta un año; a veces tan solo 24 horas. Pero siempre nos interesa descubrir cómo eligió pasar sus últimos días u horas el condenado. Por supuesto, me refiero a personas libres con derecho a elegir, no a condenados a muerte con áreas de actividad estrictamente restringidas.

Historias como ésta nos hacen pensar en qué deberíamos hacer en situaciones similares. Como mortales, ¿qué debemos hacer, experimentar y pensar en las últimas horas de nuestra vida? Mirando hacia el pasado, ¿qué felicidad deberíamos encontrar y qué arrepentimientos deberíamos encontrar?

A veces pienso que es un buen hábito vivir cada día como si fueras a morir mañana. Esta actitud resaltará el valor de la vida. Deberíamos vivir cada día con una gentileza, energía y un profundo aprecio que tendemos a perder cuando el tiempo se extiende ante nosotros con más días, meses y años. Por supuesto, algunos vivirán según el lema hedonista "come, bebe y diviértete", pero la mayoría será torturada por la inevitabilidad de una muerte inminente.

En las historias, el héroe condenado suele ser salvado en el último momento por algún tipo de suerte, pero sus valores casi siempre cambian. Aprecia más el significado de la vida y su valor espiritual eterno. A menudo se observa que entre aquellos que viven o han vivido bajo la sombra de la muerte, hay una suave dulzura en todo lo que hacen.

Sin embargo, la mayoría de nosotros damos por sentado la vida. Sabemos que algún día moriremos, pero muchas veces imaginamos ese día como lejano. Cuando estamos sanos, la muerte es casi impensable. Rara vez pensamos en ello. Los días se extienden en vistas infinitas. Por eso estamos tan ocupados con asuntos triviales que apenas somos conscientes de nuestra indiferencia hacia la vida.

Me temo que la misma indiferencia existe en el uso de todas nuestras facultades y sentidos. Sólo los sordos aprecian el oído y sólo los ciegos se dan cuenta de los beneficios de la vista. Esta observación se aplica especialmente a quienes pierden la vista y el oído en la edad adulta. Pero aquellos que nunca han sufrido problemas de visión o audición rara vez aprovechan al máximo estos dones. Sus ojos y oídos captan vagamente todas las imágenes y sonidos, sin concentración ni apreciación. Es una vieja historia: no apreciamos lo que tenemos hasta que lo perdemos y no nos damos cuenta de la salud hasta que nos enfermamos.

A menudo pienso que sería una bendición si todo el mundo fuera ciego y sordo durante unos días en algún momento de su edad adulta temprana. La oscuridad le hará apreciar más la vista; el silencio le hará sentir la alegría del sonido.

De vez en cuando hago pruebas a mis amigos videntes para ver qué pueden ver. Hace poco vino a verme una muy buena amiga que acababa de regresar de un paseo por el bosque y le pregunté qué había visto. "Nada especial", respondió. Si no estuviera acostumbrado a este tipo de respuestas, tal vez no lo creería, porque lo creí hace mucho tiempo