Mucho tiempo después, todavía recordaba que el suelo de mi ciudad natal era morado, como una alfombra roja cayendo sobre la tierra, con altibajos. Hay un bosque de bambú en la montaña, tan profundo y verde, y una ráfaga de viento susurra, como animando el alimento de la tierra.
Temprano en la mañana, subí a la montaña fuera del pueblo en la ligera niebla y vi las casas escondidas en el bosque de bambú. De vez en cuando se escuchaba el sonido de niños jugando en la entrada del pueblo. Los campos de arroz dorados son como una cinta que rodea las montañas. Bajo el sol naciente, emiten una luz dorada, como una hermosa pintura al óleo.
Al mediodía, el humo de la chimenea de la cocina flota lentamente en el aire, llevando fragancia y señal a las personas que trabajan afuera para que se vayan a casa. De vez en cuando, algunos llaman a los niños para que vayan a casa a cenar y otros los regañan por la ropa sucia. Después de la cena, todo el pueblo pareció quedarse en silencio. Este era un raro momento de descanso para los agricultores.
Después de cenar, mucha gente llegó al viejo Mopan a la entrada del pueblo. Durante esta rara pausa, hablaron sobre la cosecha y sobre qué hijos se convertirían en los pilares del país en el futuro.
La noche se hace más oscura y todos se van a casa a dormir. Cuando cerré los ojos, solo escuché insectos y ranas, y no hubo más rugidos ni ruidos de autos en la calle.
Cuando tengas que volver a salir para ganarte la vida, mira hacia atrás, al bosque de bambú que se balancea y susurra con la brisa, como si dijera: adelante, niña, y persigue tus sueños con valentía. Mientras recuerdes el camino a casa, este siempre será el lugar donde descansará tu alma.
No importa lo brillante que seas afuera, no puedes salir de tu ciudad natal. Quizás no sea un lugar bonito, pero siempre será un lugar que nos dé tranquilidad.