Un día, pasó un cazador y la pisó. Estaba muriendo y se sentía triste. No porque estuviera muriendo, sino porque no tenía oportunidad de traer un poco de belleza a este rincón del desierto.
El Gran Espíritu la vio y escuchó. Él dijo... ella debería vivir. Él se inclinó, la tocó y le dio la vida.
Ella creció hasta convertirse en una hermosa flor, y gracias a ella, este rincón del desierto se volvió tan hermoso.