Desde el día en que llegó al poder, Napoleón había monopolizado el poder. Amaba el poder con tanta pasión como un músico ama componer música.
Hizo a un lado a los otros dos cónsules y eligió a dos personas para reemplazarlo: Cambaceres y Le Brun. Eran buenos consejeros pero obedecieron resueltamente las órdenes de Bonaparte.
A Napoleón le gustaba naturalmente lucirse. Para añadir una capa de gloria antigua a su gobierno autocrático, decidió abandonar el Palacio de Luxemburgo y mudarse al Palacio de las Tullerías, el palacio real antes de la Revolución.