La bella prosa del ataúd de cristal

Después de la lluvia primaveral, la brisa se mecía suavemente en el bosque, formando arcoíris de colores.

Salté de arcoíris en arcoíris y en lagos cristalinos.

El sol emite suavemente aire caliente y el agua está fría.

Vi plantas acuáticas balanceándose bajo mis pies y pequeños peces nadando entre mis piernas. Me sumergí en las aguas profundas a lo lejos sólo para ver la belleza durmiendo en medio del lago.

Estaba sellada en un grueso ataúd de cristal de color verde claro. No pude abrirlo ni levantarlo. Sólo pude echar un vistazo al rostro de la hermosa mujer a través del ataúd transparente.

Lleva un colorido casco, que cubre su cabello, frente y orejas, dejando al descubierto sólo un rostro suave y delicado: ojos rojos de fénix, barbilla redonda, nariz carnosa y labios parecidos a los de Phalaenopsis.

Su cuerpo estaba cubierto con una gasa translúcida, con piel metálica vagamente visible debajo.

Entre cacerías, dejaba a mi gente y me escabullía hasta aquí para quitarle la maleza bajo el agua, mirándola fijamente, mirándola a los ojos hasta contener la respiración, entonces no tenía más remedio. para volver a la superficie y tumbarnos en la hierba junto al lago mirando al cielo y soñando despiertos.

Cómo espero que algún día pueda despertar.

Han pasado treinta años en un instante.

Soy mayor y siento que ya casi no puedo nadar, pero sigo yendo todos los días.

Ese día, me sumergí nuevamente en el fondo del lago. El rostro de la belleza no ha cambiado en absoluto, su piel sigue siendo transparente, sus pechos siguen rectos y sus delgadas manos siguen brillando.

La miraba cada vez, tocando el ataúd con mis manos arrugadas, imaginándome tocando el cuerpo de la belleza a través de esta barrera. Le tocaba la cara con los dedos y la palpaba, temeroso de despertarla. Frotaría sus labios y sentiría su suavidad. Tomaré su manita y llamaré a su alma a casa...

Estoy inmerso en la imaginación, tal como lo he estado imaginando todos los días durante más de 30 años.

Sentí que el aire en mi pecho estaba a punto de agotarse, pero no tenía fuerzas para nadar de regreso al suelo. No me entra el pánico. Sabía que este día llegaría tarde o temprano y elegí estar con ella.

Usé mis últimas fuerzas para envolver el ataúd de cristal y mirarla a la cara.

Vi mi rostro arrugado y de pelo blanco reflejado en el ataúd, mezclándose con el rostro de la bella.

En trance, vi a una hermosa mujer sonriéndome. Abrió los ojos, extendió la mano para abrazarme, me acarició el pelo y me dio un dulce beso con sus suaves labios.

No hay arrepentimientos en esta vida...