Recuerdo la despedida de ese año, cuando vinieron mis amigos, era una noche así. Parecíamos un poco ruidosos en ese momento, devorando brochetas de cordero con comino y chiles, bebiendo auténtico vino añejo de Jinan y charlando sobre nuestra juventud pasajera. Todavía hay demasiada confusión sobre el mañana, como aquel sueño tardío. Parece que esa noche todos deben beber a gusto para poder tener un relato de sus años universitarios. Parece que sólo bebiendo un poco de vino pueden recuperar la sensación de alegría y emoción perdida hace mucho tiempo. En última instancia, la resaca es sólo una excusa para encubrir una separación, una excusa para encubrir una separación. No importa cuán descabellada sea la razón, es más cálida que la soledad. Esa noche hicimos todo lo posible por llenar nuestros estómagos extremadamente vacíos y tratamos de no dejar nada en el corazón, pero después de tres copas de vino, todos los recuerdos fueron imborrables e inolvidables.
¿Qué hora es de noche? No duermo en la luna. Simplemente no pienso en nada y no dejo nada atrás. Si un hombre macho se queda atrapado en la comida picante, tal vez el mundo se vuelva tranquilo después de que se emborrache. Dejemos que esas hermosas historias se pudran en el suelo del tiempo. No hay rostros que sean eternamente jóvenes, ni banquetes que duren para siempre. Cuando te despiertes mañana, el sol seguirá saliendo como de costumbre. La vida no es como un trozo de lenteja de agua, que flota en el río del tiempo, deja hermosos momentos a cada paso y luego camina sin rastro de ataduras. El mejor lugar está al alcance de la mano, en el fin del mundo.